sábado, 12 de julio de 2008

El soldado desertor


En todas las instituciones se produce un curioso fenómeno que consiste en la fagocitosis de aquellas personas que desean esforzarse (las llamaremos personas A) por parte de quienes no quieren hacer nada para innovar y mejorar lo que se hace (las calificaremos de personas B). Los innovadores ponen en entredicho a los comodones porque, con su conducta y actitud rompen su apacible tranquilidad.

A los B no les resulta fácil destruir el signo “mejor que”, manifiestamente interpuesto entre las propuestas comprometidas de los A y su palmaria pasividad. Pero a quien sí pueden destruir es a los A. Existe una colección de afilados cuchillos para matar a estas personas entusiastas y trabajadoras. Eliminándolas, se destruye a la vez su causa. Mencionaré solamente algunos cuchillos.

- El A tienen problemas afectivos. No es que desee mejorar la institución sino que no quiere llegar a su casa porque se está separando, o no tiene hijos, o es muy raro. Esta es la reflexión última de un B: “Todos somos raros, menos tú y yo. Incluso tú eres un poco raro”. Si el A está tarado (o tarada, que el género como en todas las dimensiones de la vida, también está aquí presente), ¿por qué le vamos a hacer caso?

- El A persigue fines ocultos y perversos. Quiere sobresalir, adular a sus jefes o, lo que es peor, hacer méritos para escapar de la institución. Le pasa al A lo que le sucedió a aquel soldado que cavó una trinchera tan profunda, tan profunda, que le declararon desertor.

- El A es muy jovencito. Tiene una ingenuidad asombrosa, casi ridícula. Todavía no ha madurado. No sabe de lo que va esto. (El cuchillo puede funcionar de forma inversa cuando el A es un veterano y el B es un joven que achaca al primero el ser tan tonto como cuando era joven).

- El A es de Izquierda Unida. Es un visionario que no sabe por dónde van los tiros. No ha entendido cuáles son las reglas de juego de esta sociedad meritocrática, competitiva y eficientista. Es un “progre” desinformado e iluso.

- El A no sabe que esto que propone ya se intentó hace tiempo sin éxito alguno. No sólo sin éxito sino con repercusiones nefastas para la comunidad, porque la dividió de manera innecesaria entre defensores y detractores de la innovación.
- El A desea que le hagan un monumento, que le dediquen una calle o que le regalen “la tiza de oro”. Piensa que va a heredar la institución, que le agradecerán eternamente todo lo que pretende hacer, lo que ya hizo y lo que ahora mismo está haciendo
Hay muchos más cuchillos. Los B suelen saber manejarlos con maestría. En unos minutos pueden organizar una tremenda escabechina. El problema se agrava cuando el Director/a de la Institución (o incluso el Inspector/a) son también personajes tipo B, puestos ahí para defender la tranquilidad de sus semejantes. “Que no haya problemas”, es su gran lema.
En la micropolítica de las instituciones este mecanismo es perverso porque la cultura crea modelos. En toda institución, además de los A y de los B, están los C, los D., los E., los F, etc. Y, en este caso, está muy claro que el modelo, el personaje de referencia es aquel que no tiene problemas afectivos, que no es un prófugo, que no es un jovencito iluso (o un veterano inmaduro), que no es de Izquierda Unida, que aprendió de las experiencias y que no busca una gloria vana…. Es decir, un B.
Existen pantalones y chalecos para protegerse de los los cuchillos. La marca más eficaz es la pertenencia a un grupo de trabajo cohesionado y comprometido. Aún así, habrá puñaladas, pero también existen pócimas que suelen poseer los amigos y familiares, las personas que de verdad nos quieren. Esta sana reacción desconcierta a quienes pensaban que habían acabado defnitivamenrte con un A:

- ¿No te habían dado a ti una puñalada?
- Sí, era yo. Pero ya estoy recuperado. No voy a estar sangrando toda la vida.

El peligro de los A es hartarse. Pensar que es inadmisible no sólo no recibir compensaciones por un trabajo bien hecho sino ser el destinatario de cuchilladas múltiples,. muchas de ellas traperas. Es duro cavar una profunda trinchera para defender una causa. Pero es muy cruel ser detenido y castigado por hacerlo y, además, ser tachado de desertor.

Dejar de ser A no es sólo una desgracia para la institución. Es, sobre todo, una desgracia para el A. Porque va a dejar de ser feliz, va a dejar de ser generoso y entusiasta. Hay que ser A y jubilarse de A. Siempre me han producido admiración aquellas personas que, a medida que han avanzado en experiencia han ido haciéndose más entusiastas, más sensibles, más generosos, más sabios y más optimistas.

¿Qué hacer con lo B?, me preguntan algunos. ¿Los matamos?, añaden. No. No se puede (suelen ser muchos), no se debe. Hay que invitarlos a incorporarse a la buena causa. Algunos son B porque nadie ha contado con ellos para incorporarse la causa de los A. Lo que siempre pueden hacer los A respecto a los B es lo que decía Voltaire: “No hay mayor venganza sobre nuestros enemigos, que la de que nos vean felices”. Lo he comprobado muchas veces: aquellos que más trabajan, que más compromiso tienen con su institución, que son más generosos y sacrificados, suelen estar más felices. Curiosa paradoja. Me lo decía un profesor tipo A: “Yo no tengo la escuela que quiero (me gustaría una escuela más comprometida, más generosa, más entusiasta) y sin embargo me siento más feliz que aquellos que tienen la escuela que quieren (una escuela rutinaria, adocenada y acrítica)”.
Ya sé que he dibujado un panorama dicotómico que dista mucho de la realidad. Puede alguien pasar por la postura de A, B, C y D en una misma mañana. No es tan fácil levantar una invisible barrera que separa a buenos y a los malos. Pero creo que el esquema básico de este mecanismo fagocitador existe en todas las instituciones. Es importante conocerlo para no caer en las redes que constituye su trama.

Fuente / Claudia Rutar - Miguel Ángel Santos Guerra

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