jueves, 17 de abril de 2008

Diario UNO: El comedor de la escuela La Delfina no tiene cocina

Asistencia. Tienen dos quemadores de repuesto pero no sirven para preparar alimentos. Compran comida preparada para 250 chicos que almuerzan. El menú es milanesas y empanadas.

Al comedor de la escuela La Delfina, ubicada en calle Costa Rica, casi Ituzaingó concurren todos los días 250 chicos a comer.

Provienen de barrios humildes, carentes de servicios y buena alimentación tales como Humito, San Agustín, La Floresta y El Volcadero. Alumnos de diferentes edades, desde Nivel Inicial en adelante, almuerzan en ese lugar cuando terminan las clases de la mañana o antes de iniciar el turno tarde.

Hace más de un mes que las cocineras del comedor se vieron en la necesidad de recurrir a las autoridades provinciales de Comedores Escolares porque la cocina industrial se rompió, víctima de los años y el uso intenso.

Mientras tanto desde el organismo provincial les brindaron dos quemadores para que puedan paliar la situación. Hoy pasaron más de 30 días y la cocina aún no llegó.

Ayer, las autoridades de la escuela contaron que como la llama que brinda el quemador es muy escasa, acuden a comprar la comida hecha. Milanesas, hamburguesas y empanadas forman parte del menú de los chicos hasta que la cocina vuelva.

UNO intentó dialogar con los directivos de Comedores Escolares. Allí, una funcionaria brindó información pero en forma anónima por falta de autorización del director. Anunció que la cocina estará lista esta semana. Adujo que la demora respondió al atraso para conseguir los fondos.

UNO se comunicó con un gasista que repara cocinas para conocer qué costo puede tener arreglar una cocina industrial. Contó que el presupuesto para una escuela tiene descuentos. Reparar la estructura no demanda más de 80 pesos y destapar los picos, 35 pesos aproximadamente.


Todo listo

Las autoridades de la institución educativa contaron que allí disponen de fondos a través de una tarjeta de crédito para comprar la mercadería y cocinar. Pero como la cocina estaba rota y la llama de los quemadores no sirve para cocinar para tantos chicos, arreglaron con una empresa para que traiga la comida lista. Cuando llegan las raciones los chicos se hacen sándwich de milanesas o hamburguesas. Otro día comen empanadas, dijeron en la escuela aunque tampoco quisieron brindar mayores detalles.

UNO recibió la noticia en virtud de la molestia que esto ocasionó a la comunidad escolar. Fueron los padres de algunos alumnos que concurren a ese establecimiento los que se comunicaron con la Redacción para manifestar que sus hijos comen sándwich todos los días porque el estado no compra una cocina.

Desde Comedores Escolares contaron que ellos no tienen fondos para otra cosa que no sean mercaderías. “Hubo que enviar una nota a administración para que nos otorguen el dinero. Y ese trámite demora”, dijo la funcionaria. Agregó que los materiales para arreglar una cocina industrial tampoco son fáciles de conseguir. De todos modos, estimó que el viernes la comunidad escolar tendrá la cocina nuevamente. Se trata de una buena noticia porque en pocos días esa gente comenzará con la copa de leche y sin cocina será difícil entregar la ración a no ser que también compren el chocolate listo.

Fuente / Diario UNO - Edición del 16-04-08

miércoles, 2 de abril de 2008

Cartas a quien pretende enseñar

Cuando, en junio de 1992, Paulo Freire me pidió escribir el prefacio para un libro suyo que, según me contaba entusiasmado, se encontraba escribiendo en esos momentos y cuyo título en portugués sería Profesora sim, tía nao me sentí condecorada. No sólo por tratarse de un libro de Paulo, sino por tratarse de éste en particular: un libro dirigido a los maestros —y, más específicamente, a las maestras— de la escuela regular, no para acusarles sino para defender su identidad y legimitidad como docentes, no para lisonjearles sino para desafiarles, no para bajarles orientaciones sino para dialogar con ellos.

Que Paulo Freire escriba un libro dirigido expresamente a los maestros —no a los educadores de adultos que trabajan en la periferia del aparato escolar sino a los educadores de niños que enseñan todos los días en las aulas— y que lo haga en estos términos —no apuntándoles con el dedo, ni siquiera solidarizándose con ellos desde afuera, sino interpelándoles desde un “nosotros” en el que Freire se incluye— sorprenderá sin duda a muchos, seguidores y opositores. Porque muchos, en uno y otro lado, continúan viendo en Freire el símbolo de la anti-escuela (la crítica a la escuela confundida con su negación), el anti-maestro (la crítica al sistema personificada como crítica al maestro) e inclusive la anti-enseñanza (la confusión entre autoritarismo y autoridad, entre manipulación y ejercicio de la directividad que supone toda relación pedagógica).

Y es que, a menudo, como él mismo bien sabe y reclama, el Freire que ha circulado de boca en boca y de cita en cita por el mundo es un Freire simplificado, formulizado, unilaterizado, estereotipado a partir de un conjunto de nociones fijas —educación bancaria, alfabetización, educación de adultos, concientización, diálogo, palabra generadora— y virtualmente suspendido en los años 60-70, junto con sus dos primeros libros: La educación como práctica de la libertad (1965) y la Pedagogía del Oprimido (1969). Muchos admiradores y críticos, incluso dentro de la propia América Latina, desconocen su trayectoria durante los últimos 25 años (¡un cuarto de siglo!): su experiencia de trabajo en Europa y Africa; su reencuentro con el Brasil después del largo exilio; su gestión como Secretario de Educación del Municipio de Sao Paulo entre 1989 y 1991; su prolífica obra, siempre inacabada, traducida a múltiples idiomas y esparcida por todo el mundo; su continuo aprendizaje y su eterna disposición para dejarse sorprender por lo nuevo o lo no percibido con anterioridad.

Me alegra —decía— la posibilidad de prologar este libro no sólo por su autor sino por su interlocutor: los maestros, los grandes relegados de la globalización educativa y de las políticas educativas contemporáneas. En el mismo momento en que declaraciones y acuerdos nacionales e internacionales coinciden en la centralidad de la educación para el desarrollo individual y social, en la urgencia de una transformación educativa profunda que asegure no sólo cantidad sino calidad, y en el papel protagónico de los maestros en dicha transformación y en el logro de dicha calidad, la situación de los maestros ha llegado a “un punto intolerablemente bajo”, según reconoce la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Intolerablemente bajos y malos son los salarios, la calidad de vida, la autoestima, la valoración social, las condiciones de enseñanza, las oportunidades de formación y perfeccionamiento, el reconocimiento y la investigación del problema, y los presupuestos destinados a resolverlo para tornar mínimamente viables los ambiciosos objetivos y metas planteados en el discursos educativo de esta última década del siglo. En realidad, la educación que algunos avizoran como la educación del siglo XXI —televisión, video, computadores y aparatos de todo tipo, modalidades a distancia, autodidactismo, enseñanza individualizada, aprendizaje programado, paquetes multimedia— tal parecería no incluir a los maestros y tener reservado para ellos, por el contrario, un proyecto de extinción.

La “cuestión docente” es, en efecto, la cuestión por excelencia dentro de la problemática educativa de la época. Tema-tabú del cual nadie quiere hablar, tópico que ahuyenta el análisis y el debate, asunto que no parece encajar en ninguna agenda ni presupuesto ni organigrama ni esquema clasificatorio.

Las realidades son contundentes y se expresan a escala mundial: pauperización y proletarización de los maestros, nivel educativo precario de amplios sectores de magisterio en servicio (incluyendo pobres niveles de alfabetización y educación básica), reducción de la matrícula y bajas expectativas y motivación de los aspirantes al magisterio (ser maestro a maestra como último recurso), ausentismo marcado, abandono de la profesión, creciente incorporación de maestros empíricos o legos, pérdida de identidad y legitimidad social del oficio docente, falta de oportunidades de avance y superación personal, huelgas y paros cada vez más violentos, frecuentes y prolongados, los maestros percibidos como problema (antes que como condición y recurso) y como el obstáculo principal para la renovación y el avance educativos.

También los argumentos se repiten con sorprendente homogeneidad (y son aceptados e internalizados con sorprendente facilidad): no hay dinero para incrementar los salarios; los maestros tienen de todos modos un horario holgado y trabajan poco; los incrementos salariales (y la capacitación misma) no han traído consigo los esperados mejores resultados de aprendizaje de los alumnos; la capacitación en servicio está más al alcance y rinde más que la inversión en formación inicial, aconsejándose en particular las modalidades a distancia; invertir en textos escolares (mejor sin autoinstructivos, en tanto minimizan la intervención del docente) y en la capacitación de los maestros en su manejo es más seguro, barato y fácil que intentar la compleja vía de la reforma curricular o la revisión global de las políticas de selección, formación y apoyo docente; una de las maneras de reducir costos (y, eventualmente, incrementar el presupuesto destinado a mejorar las condiciones de los maestros) es aumentar el número de alumnos por aula, bajo el entendido de que, desde la perspectiva de los alumnos y de sus rendimientos de aprendizaje, no hace diferencia si el grupo es numeroso o numerosísimo (da lo mismo —nos dicen— 30 que 50 u 80 alumnos en una clase).

No es éste el lugar para discutir la discutible validez de estos argumentos. Lo cierto es que en forma crecientemente se presentan como verdades universales, científicamente fundamentadas en estudios y evaluaciones, y que es sobre estas grandes afirmaciones que están diseñándose las grandes políticas y estrategias educativas actualmente en marcha en los países en desarrollo. Políticas y estrategias que portan un determinado proyecto de sociedad, de educación, de alumno y de maestro, y que es preciso desentrañar y discutir. Políticas y estrategias que hablan de protagonismo, profesionalización, autonomía docentes, pero que continúan de hecho profundizando el perfil subordinado y subvalorado del oficio docente, condenando a los maestros a la alienación y a la mediocridad, a ser ciudadanos de segunda, implementadores de curriculos y textos escolares, facilitadores de aprendizajes en cuya definición y orientación no participan ni tienen control.

Este es el contexto que hace de este pequeño libro tanto más importante y oportuno. Cuando la confrontación entre gobiernos y organizaciones magisteriales ha llegado en muchos países a un punto crítico, cuando todos hablan sobre los maestros pero pocos parecen dispuestos a hablar con ellos, alguien tiene que poder construir un puente para un diálogo de tú a tú, de educador a educador. Quién mejor que Paulo Freire —persona y símbolo, colega y autoridad— para hacerlo. El Freire maestro dialoga aquí con otros maestros, sin intermediarios, adoptando el lenguaje cercano e informal de la carta, compartiendo sus experiencias personales, ilustrando a través de ellas el derecho que tiene todo maestro y maestra a ser falible y a equivocarse, a ser héroe y ser humano al mismo tiempo.

Cuando lo que prima y tiende a imponerse es una visión estrecha, minimalista e inmediatista de la formación docente —capacitación, entrenamiento, manual, cursillo, taller, métodos, técnicas, recetarios, fórmulas— alguien tiene que resucitar el imperativo de una formación integral, rigurosa y exigente de los educadores; ir al rescate de su inteligencia, su creatividad y su experiencia como materia prima de su propio proceso educativo; recuperar la unidad entre teoría y práctica como espacio para la reflexión y el perfeccionamiento pedagógicos; volver a los temas fundantes, aquellos sin cuya comprensión y revisión caen en terreno estéril los mejores textos, los métodos y técnicas más modernos de enseñanza. Las diez cartas que componen este libro corresponden a diez de esos temas, temas que han acompañado de manera permanente y recurrente la trayectoria, la obra y la búsqueda de Freire: las fundamentales diferencias entre enseñar y aprender, las fuentes y la aceptación de la inseguridad y el miedo, la opción por el magisterio, las cualidades del buen educador, el primer día de clases, la relación entre educadores y educandos, la diferencia entre hablar al educando y hablar con él, los vínculos entre identidad cultural y educación así como entre contexto concreto y contexto teórico, y el tema crítico de la disciplina, entre otros.

Centrados en la lucha por las reivindicaciones económicas, los maestros y sus organizaciones han dejado erosionar su propia formación y capacitación permanente como un derecho y como una condición fundamental de su ejercicio y valoración profesionales. En contraste, y en un clima general de cuestionamiento a la unilateralidad y estrechez de las reivindicaciones sindicales, los no-maestros y sus organizaciones izan la consigna de la “(re)valorización” de los maestros, despojándola hasta donde es posible de sus implicaciones económicas (valorización expresada entre otros en salarios y calidad de vida dignos) y sesgándola hacia sus determinantes sociales y afectivos (respeto, legitimidad, reconocimiento, aprecio, gratificación, autorealización, autoestima).

En este cruce, Paulo Freire nos ofrece una entrada diferente para tratar ambos temas (des)profesionalización y (des)valorización al proponernos reflexionar sobre un hecho tan trivial como significativo: el apelativo de “tía” que, desde hace algunos años, empezará a sustituir al de profesora o maestra en escuelas, jardines de infantes y guarderías de varios países de América Latina y, en particular, del Brasil.

Al poco tiempo de publicarse este libro en portugués, y hallándome en misión de trabajo en Brasil, me propuse sondear informalmente las percepciones acerca de “tía” entre las directoras y profesoras de escuelas públicas que iba visitando en diversos Estados. Casi todas dijeron sentirse contentas y halagadas con el trato de tía, asociándolo a cariño y confianza por parte de sus alumnos, a mayor proximidad con los padres de familia, a ambiente escolar agradable, distendido, fluido. Mi mención de un libro de Paulo Freire en el que éste ponía en tela de juicio el apelativo tía, acusándolo de contribuir subrepticiamente a deslegitimar y desprofesionalizar el rol docente, causaba por lo general estupor. El estupor que se provoca cuando se tematiza y pone entre signos de interrogación el sentido común, la cotidianeidad, lo dado por obvio, lo que ha pasado ya a formar parte del reino de la ideología. Porque lo cierto es que la palabra tía, en tanto portadora de imágenes fuertemente vinculadas al ámbito de la familia y los afectos, satisface por vías insospechadas la necesidad de la tan ansiada valorización (por parte de los alumnos, los padres, la comunidad), bloqueando la posibilidad de percibir su signo contradictorio, su efecto boomerang sobre la identidad del educador.

Esto es precisamente lo que hace del moderno tía —como del apóstol, el héroe, el jardinero, el guía, el conductor, el ejemplo, la vanguardia y tantos otros símiles con los que se ha ensalzado convencionalmente el ego docente— una trampa mortal. Esa profesora-tía que se siente apreciada y querida, está aceptando que es su sobrenombre de tía el que evoca afecto, no su nombre y su rol propios de profesora, de maestra. Aceptando la candidez de la tía, acepta de hecho un conjunto de significados y reglas: las tías dan amor incondicional a sus sobrinos, se sacrifican por ellos, buscan en todo momento la armonía familiar, no reclaman ni entran en conflicto en defensa de sus derechos. En última instancia, la tía, en principio y por principio, como subraya Freire, no puede hacer huelga.

Profesora, sí; tía, nó, es el mensaje central, sencillo y profundo con el que Paulo Freire se propone llegar a los educadores a través de este libro. Mensaje sencillo, altamente subversivo. Porque nos hace ver que el título de tía —como el de apóstol o el de sembrador de semillas o el de forjador de juventudes— confunde y adormece, encandila y posterga, y no ha traído de hecho consigo ni mejores salarios ni mayor estatus ni condiciones adecuadas de trabajo ni profesionalización ni perspectiva de futuro.

Porque nos recuerda que el apelativo de profesora —maestra, educadora— tiene valor y dignidad por sí mismo, y no necesita ni de símiles grandilocuentes ni de apodos ni de disfraces vergonzantes: facilitador, monitor, coordinador, organizador del aprendizaje, gestor pedagógico. Porque, al desenmascarar a la tía y restituir a la profesora su derecho a dar y recibir afecto en tanto profesora, nos permite reconocer que el amor es parte integral de la calidad tanto del educador como de la educación.

Rosa María Torres

* N.E. El presente trabajo es el del prefacio preparado por Rosa María Torres en New York, Octubre de 1994 para la obra de Paulo FREIRE, Cartas a quien pretende enseñar (México: Siglo XXI, 1994) que para la incuestionable importancia que encierra hemos estimado conveniente publicar con la autorización de ambos autores.

Fuente: www.educoas.org