sábado, 10 de mayo de 2008

La Educación que incomoda

por Alejandro Castro Santander

Mientras se declama que la educación es esencial para el desarrollo del país, se invierte poco o nada en el tema. ¿Cuál es el rol que deben cumplir los docentes?

Cuando decimos: “Tendremos el país que hagamos a través de la educación”, ¿en qué pensamos?: ¿es muy romántico?, ¿es tan así?, ¿será? Por supuesto que no hablamos solamente de la escuela. La familia, los medios, tienen su lugar preferencial, pero ahora hablemos de educación pública.

Aparentemente, lo que expresa la frase no está tan claro o no lo tomamos muy en serio, ya que llevamos décadas en las que no se invierte en recursos económicos ni en esfuerzos; no tenemos un “proyecto educativo nacional” claro ni políticas integrales para alcanzarlo. No vemos la educación como elemento prioritario del desarrollo; observamos de lejos la desigualdad entre las escuelas; naturalizamos o padecemos la creciente conflictividad en las aulas; el malestar, la enfermedad y el retiro de los docentes incomoda; insistimos en denunciar la falta de compromiso de los padres y, como todos los años, los docentes demandan un salario digno.

En momentos en que “exhortamos” sobre la urgencia de una educación de calidad, ¿cómo deben ser estos docentes, para una educación que haga renacer el país?
Según van pasando los años, nos hemos puesto de acuerdo en algunas características para hacer un retrato robot del educador de calidad:

- Buena preparación académica, pedagógica y didáctica.
- Tener conciencia de que no lo sabe todo.
- Fuerte sentido de compromiso con la comunidad educativa.
- Gran equilibrio emocional.
- Paciencia.
- Tolerancia.
- Comprensión.
- Espíritu de equipo.
- Saber escuchar.
- Confianza en lo que hace.
- Empatía.
- Comprender al grupo en el contexto de su medio.
- Saber respetar las opiniones y decisiones que no son las suyas.
- Capacidad de adaptación a situaciones y cambios.
- Innovador.
- Enamorado de su trabajo.

Pero mujeres y hombres “cuasi” perfectos no aparecen de la nada. Los sistemas educativos exitosos sostienen que la calidad de un sistema educativo no puede ser mejor que la de sus docentes, y esto es así, porque saben que la pieza clave son sus maestros y profesores. Buscan graduados brillantes y facilitan abundante formación práctica para que aprendan a ejercerla bien. En Singapur, por ejemplo, reciben la tutela de colegas más experimentados y, en Finlandia, los docentes se distribuyen en equipos para que se supervisen mutuamente las clases y tienen una tarde libre a la semana para preparar las lecciones juntos.

Existen muchos otros ingredientes para que estos profesionales sean los artífices del éxito educativo de sus respectivos países, pero lo que sigue muestra el corazón de una nación: el gremio docente goza de un status social elevado, un respeto reverencial del conjunto de la sociedad y la adhesión inquebrantable de legisladores y padres.

Máximo Gorki en el prólogo de la obra La gaviota, de Anton Chejov (1898), recordaba una conversación mantenida con el poeta en la que se refería a los docentes en una Rusia empobrecida: “¡Si usted supiera cuánto necesita el campo ruso unos maestros buenos, inteligentes, instruidos. Aquí en Rusia se les tendría que dar unas ciertas condiciones especiales –y esto hay que hacerlo cuanto antes mejor– si es que entendemos que, sin una formación amplia del pueblo, el Estado se desmoronará como una casa levantada con ladrillos mal cocidos.

El maestro debe ser un artista, debe estar ardientemente enamorado de su labor, y en nuestro país el maestro es un paria, un hombre mal instruido que va al campo a enseñar a los niños con la misma ilusión con la que iría al destierro. Pasa hambre, se lo maltrata, está asustado ante la posibilidad de perder su trozo de pan. En cambio, haría falta que fuese el primer hombre de la aldea, que supiera responder a todas las preguntas del campesino, que reconocieran en él una fuerza digna de atención y respeto, que nadie se atreviera a gritarle... a humillarlo, como lo hacen todos.

Es absurdo pagarle una miseria a la persona que está llamada a educar al pueblo –¿me entiende?–. ¡Educar al pueblo! (…) ¡Qué absurdo y torpe país es nuestra Rusia!”.

En las pasadas décadas se atendió poco y mal la formación de maestros y profesores. Hoy los resultados de las evaluaciones de conocimientos evidencian, más que las escasas competencias de los alumnos, la debilidad de la formación de los docentes. Y el problema se agravará si no existe una política intencional de formación y capacitación de los educadores. Para poder hacerlo, se requiere reorganizar la carrera docente, el diseño de programas efectivos de formación. Además, atraer a docentes altamente calificados será muy importante, ya que las oportunidades en otras áreas del mercado laboral serán mayores para quienes tengan los mejores perfiles.

Educación de calidad, pero para qué sociedad. La enseñanza que tenga lugar en nuestras escuelas debe estar bien sintonizada con la nueva modernidad: formar ciudadanos responsables y comprometidos con el cuidado del medio ambiente y el aprecio por la diversidad cultural, preparar estudiantes para continuar con su formación y brindar una educación relevante en la transición hacia el mundo del trabajo. Más aún, se requieren trabajadores competentes para la labor en equipo, creativos, capaces de realizar tareas complejas, tecnológicamente preparados y con manejo de idiomas.

¡Qué absurdo y torpe el país que no cuida a sus docentes! Más allá del reconocimiento, de la gratitud y de la palmadita sobre el hombro a los profesionales de la educación que tendrán a su cargo la formidable labor de trasformar una nación, ¿cuánto vale esa tarea?
Estoy de acuerdo, no tiene precio, y sé también que los responsables de las políticas públicas hacen el mejor esfuerzo. Mientras lo meditan, les comparto una frase para la ocasión: “Si usted cree que la educación es cara, pruebe con la ignorancia” (Derek Bok).

Fuente / Salud & Sociedad, la revista de salud de Entre Ríos Nº 11